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Celesa

  Aldavia A mí quien me enseñó a retocar el cabello fue Anayansi, la ayudante de la estilista de nuestro ducado Aldavia, regordeta de ojos azules manos nerviosas pero firmes, nos conocimos de niños, fue para su presentación en sociedad a los quince años que Anayansi fue elegida para la escuela de estilistas del ducado, ser estilista –decía mi madre- era el atajo más rápido hacia la clase media y con mucha habilidad a la capital real, pero a costa de todo el futuro que se poseía por humilde que este fuera. Los estilistas son personas de renombre, recibidos con dadiva en cualquier casa que tenga relevancia para el reino, finos, con cortes extravagantes, esclavos de quienes les costearon los estudios, aun en los ducados más ricos es muy difícil ver más de dos o tres estilistas, la formación de un estilista toma cinco años en la escuela de estilismo del reino que se encuentra en el palacio real, desafortunadamente para entrar es necesario un certificado de competencia que solo puede ser

Torpedo número 7

-Quisiera volver a hacer el amor con mi novia, ver sus pechos danzando y el sudor de su cuerpo caer por su silueta, encendernos como yesca seca y consumirnos una última vez en esta tumba de océano y piedra. Mis restos no serán velados y nadie vera mi rostro frio y endurecido por la muerte-. Hablaba recostado en su cama de sabanas blancas con rayas celestes, sesenta y siete centímetros de ancho y tan larga como para cubrir el metro setenta y cuatro que media, quedando solo unos pocos centímetros sin su cuerpo. Cuatro personas, o quizás, cuatro maniquís lo acompañaban en un camarote con paredes de hierro y un suelo húmedo que provocaba dolor de huesos, dos de ellos sentados sobre un borde que hacia las veces de banca, uno recostado cerca de una puerta blanca, con una ventana circular de vidrio, que daba aun pasillo obscuro que causaba la impresión de ser infinito, el ultimo, postrado sobre su cama, taciturno y sin expresión en el rostro como si hubiesen robado de su cuerpo la membrana

Torpedo

  Uno creería que la diferencia de tamaño entre una cama matrimonial y una King no sería tan basta, pero en la práctica la diferencia es abrumadora. A estas alturas Torpedo creía que nunca encontraría a Marcia, las sábanas se le enredaban entre los pies como sogas, las almohadas se amontonaban para formar valles y colinas, entre todo el caos encontró a uno de los gatos, tenía la cola atrapada en un nudo de sábanas-lianas-sogas, pensó en dejarlo, los maullidos desgarradores le hicieron retroceder entre la sabana que se formaba, al soltarlo Mauricio lo vio con desdén y salto tras una montaña de muñecos de terciopelo y felpa, -tonto- pensó al fin de cuentas que podría pasarle a un gato en una cama, pero Marcia era otra cosa, ella tenía la cabeza en la nubes la mayoría del tiempo, le gustaban los números y las historias románticas, la leche antes de dormir y los libros llenos de palabras retorcidas en idiomas que Torpedo nunca había escuchado, Marcia era muchas cosas pero definitivamente n